AMLO tomó protesta como presidente de México el pasado 1 de diciembre. Miles de capitalinos
y visitantes colmaron el zócalo y las calles aledañas. Por lo que se pudo observar en la televisión, la
reacción del pueblo mexicanos fue apoteósica.
El mismo día de su toma de posesión se abrieron Los Pinos al público. La antigua residencia
presidencial que durante más de ochenta años fuera recinto cuasi-sagrado de los poderosos, ahora se
encuentra bajo la custodia de la Secretaria de cultura. Por lo pronto y durante los siguientes seis años
será lugar de visita y paseo obligado como el Museo Nacional de Historia en el viejo Castillo de
Chapultepec.
¿Cuáles son las transformaciones a que se refiriere AMLO? La primera es la gesta de la
independencia entre 1810 y 1821. Conflicto sangriento y costoso que obtuvo la soberanía del país. La
segunda, la Reforma (1857-1861), cruenta guerra intestina que conquistó el triunfo de los liberales bajo
la conducción de Benito Juárez. Los conservadores entreguistas se agazaparon por décadas hasta su
llegada silenciosa bajo la protección de Porfirio Díaz. La tercera transformación, que es la más cercana
en tiempo es la Revolución Mexicana (1910-1921).
Guerra civil donde la mortandad y destrucción tuvieron consecuencias atroces. Los líderes como
Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Emiliano Zapata y Francisco Villa lograron que sus sucesores
plasmaran una constitución bajo la bandera de la justicia social y laboral. Sus acciones honestas y en
favor de los desposeídos les costó la vida. La revolución repartió tierras, educó a los mexicanos, les
permitió sindicalizarse, nacionalizó la riqueza petrolera y minera y prohibió su saqueo a manos de
conglomerado internacionales.
Todo lo que la revolución alcanzó, en especial bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940),
fue paulatinamente desmantelado bajo la tutela de los que bajo el supuesto interés nacional llenaron
sus bolsillos, construyeron mansiones y colmaron de dólares sus cuentas bancarias en paraísos fiscales.
La corrupción y las complicidades mezquinas hicieron que los puestos de elección popular parecieran
cornucopias para el robo descarado de las arcas nacionales.
Desde Miguel Aleman Valdez (1952-1958) hasta el saliente Enrique Peña Nieto (2012-2018) los
Priistas se regodearon en la rapacería y la impunidad. En México, desde la década de los ochenta hasta
la fecha todo estaba a la venta del mejor postor: puestos públicos, sindicatos, subsuelo minero, petróleo,
los trabajadores, elecciones grandes y pequeñas, y lo más repulsivo de todo, las conciencias de políticos
facinerosos, empresarios usureros, y líderes sindicales deshonestos hasta el tuétano.
En realidad, pocos se salvan de los desfiguros cometidos por Priistas, Panistas y aquel intento de
democracia fallida del PRD. Todos ellos le deben al pueblo mexicano su riqueza desmedida y mal habida.
¿Qué decir de la infeliz irrupción en los escenarios nacionales de los narcotraficantes? No es secreto que
el consumo de enervantes, especialmente la mariguana, tiene siglos de existencia. No obstante, fue en
los años ochenta que los capos de la droga se convirtieron en los principales distribuidores de la cocaina
suramericana en los E.U. Es bien sabido que Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) negoció el “derecho
de piso” con los traficantes nacionales para el trasiego de drogas.
Desde entonces todo fue ganancia para los políticos, militares, policías, bancos, sistemas
financieros, jueces y empleados de sistema de justicia dedicados a la recepción y lavado de fortunas. La
perdedora es la sociedad mexicana que no encuentra respiro ni alivio posible de la violencia asociada
con el tráfico. No es porque los narcos se hayan dedicado desde el principio de sus millonarios negocios
a torturar, descuartizar y matar desahogadamente. La violencia descomunal se le debe a Felipe Calderón
Hinojosa (2006-2012). En un acto digno de un reyezuelo de baja estofa decidió sacar de los cuarteles al
ejército y la marina y declarar con fanfarrias la guerra al narcotráfico.
La bravuconada fue más con el ánimo de agradar a los vecinos del norte, los consumidores, que
en realidad contener el negocio que reportaba anualmente cientos de millones de dólares. Calderón
cometió el peor error cálculo de su gobierno y la historia reciente del país. Es asimismo el principio de
dos sexenios de elevados costos en vidas de mujeres, hombres y niños. Muchos de ellos inocentes que
por el azar se encontraban en la línea del fuego. Cerca de 300,000 muertos y 50,000 desaparecidos son
números que hablan por sí solos de la estupidez garrafal del Panista Calderón y su sucesor Priista Peña
Nieto que continuó con la política de exterminación.
No importaron las lecciones aprendidas por Colombia donde los muertos los puso ese país ni las
advertencias de los especialistas y activistas de derechos humanos aconsejando el retiro del ejército y
negociaciones. Tampoco importó el sentido común. Peña se contentó con seguir demoliendo la
economía y el estado mexicano al amparo de las políticas neoliberales. También se complació en arropar
la corrupción y la impunidad propia y de sus colaboradores. Lo único positivo que hizo Pena fue no
apoyar el fraude electoral y aceptar el resultado de las elecciones que dieron el triunfo a AMLO al frente
de MORENA. Recordemos que MORENA es una alianza no un partido. Su significado es enorme pues el
1º de julio de 2018 los mexicanos sepultaron a los partidos que hicieron tanto daño al país.
Este es el escenario, en pocas palabras, que recibió Lopez Obrador. Nada halagüeño pero su
humildad, integridad y energía están detrás de la cuarta transformación que empezó el 1 de diciembre
de 2018. Esta alternativa de gobierno significa que el país entró en una nueva etapa. Sinceridad,
honestidad, animo de servicio, limpieza de las cuentas nacionales, consultas ciudadanas sobre políticas
de cambios estructurales, rebaja en los salarios desmesurados de los altos funcionarios, diputados y
senadores, y sobre todo responsabilidad y transparencia de los gobernantes y empleados públicos.
AMLO prometió un ataque frontal a la pobreza sistémica, minimizar el desempleo abierto y encubierto, y
mejorar la situación económica del país.
Los retos son enormes y parecen inalcanzables. La resistencia de numerosos empleados
gubernamentales, líderes sindicales corruptos y de políticos partidistas enquistados en lugares de poder
son formidables desafíos. Erradicar setenta años de gobiernos corruptos e impunes es un objetivo difícil,
pero no imposibles. AMLO tiene a su favor un equipo de colaboradores de impresionante
profesionalismo y rectitud. Sobre todo, cuenta con un pueblo mexicano que lo respalda pues cree que la
transformación es posible.

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